En contraste con el que nos había negado la mesa, este restaurante estaba vacío, salvo una pareja que ya estaba terminando, y eso fue uno de los problemas. Es un local en el que nada más entrar están las mesas y justo al lado hay una barra larga. Nos acomodamos en una de las mesas. En seguida vino un solícito camarero a traernos las cartas y preguntarnos por la bebida. Pedimos tempura, una selección de niguiris (atún tanto lomo como ventresca, salmón, pescado blanco y anguila), y unos yakitoris de pollo.
Mientras venía la comida estábamos los tres departiendo, pero nos íbamos dando cuenta de un detalle... si hay tres trabajadores en un local y tres comensales... hay poco trabajo y mucho aburrimiento. La comida salió rápidamente. Creo que jamás he tardado tan poco en recibir la comida. Ni siquiera en el más rápido de los chinos.
La tempura no estaba mal, los langostinos eran grandes y jugosos y las verduras se notaban frescas. El sushi una auténtica decepción el arroz apelmazado y frio... normal con tanta velocidad. El pescado de encima lo mismo podía ser atún que una plancha de gelatina roja no tenía sabor alguno. El único que se hizo notar fue el de anguila donde raspaba más que en otros establecimientos. Por último el yakitori tampoco estaba todo lo hecho que debiera.
Eso sí durante todo el tiempo tuvimos 3 pares de ojos fijos en nosotros, pendientes de cada palabra, de cada movimiento, de cada vez que hacíamos una foto. Me sentí como los paranoicos de algunas películas. Y entre lo corriente de la comida y lo incómodo de la situación decidimos no tomar ni postre ni café y largarnos cuanto antes.
En resumen, la comida no es para tirar cohetes pero el trato es como el de los vendedores del Corte Inglés de antaño, cuando no te los quitabas de encima ni con agua caliente. Desde luego para mi es una y no más