Una vez iniciado el viaje con la brasería de Cuellar, era obligatorio hacer una visita al otro protagonista en buey de la piel de toro.
En un día brumoso en el que fue imposible librarse de la niebla ni a la ida ni a la vuelta, sin poder ver la ganadería, acudimos a la cita con D. José Gordón. Anfitrión de este templo de la carne.
Antes de entrar al restaurante pasamos por la estancia donde, además de tener la parrilla, se atemperan, a la espera de reposar en las brasas, canales de varias razas. En esta ocasión para poder comparar decidimos probar la misma raza que en la anterior experiencia. Un buey miñoto de más edad pero también con bastante más cámara que el de La Brasería.
Tras dicha visita pasamos a la bodega, y nos acomodaron en una de las pequeñas naves laterales. El lugar es muy bonito y al ser estancias separadas te dan la sensación de estar en un reservado. Pedimos el chuletón seleccionado de miñoto de 2,1 Kg y un chuletón de vaca vieja frisona de 1,4 Kg. Nos invitaron a un aperitivo y nos dieron a probar la cecina por la que es famosa esta casa. Hay que decir que la cecina estaba espectacular. No se parecía a ninguna cecina que yo haya probado antes. Las carnes decidimos acompañarlas con patatas de la abuela (tipo panaderas) y una ensalada.
La carne de buey te la trincha el propietario y reparte entre los comensales. Llegó un poco menos caliente de lo que debería pero de sabor estaba riquísima. También pensamos que no le habría venido mal algo más de cámara. La carne de vaca estaba en su punto de terneza y el sabor era incluso más potente que en la de buey. Las patatas y la ensalada tampoco desmerecían el ágape.
Tras insistirnos mucho la camarera, probamos un postre de buey: la torta de chicharrón de buey. Estaba bastante buena. Si bien para mí pecaba de dulce. Nos invitaron a los cafés.
Al final salimos a 120 euros por persona. Con aperitivos, carne, acompañantes, postre y café.
Creo que el entorno, la bodega, la atención recibida, lo extraordinario de la cecina… lo convierten en un local a tener en cuenta para visitas ocasionales. Creo que es una experiencia totalmente correcta.
Como colofón a la experiencia del buey… creo que se han exagerado las bondades de la carne del macho castrado. Al final somos lo que comemos y que el engorde final sea con pienso o maíz ensilado hace que el sabor sea independiente de la raza. Si a tres bueyes de distinta raza les das lo mismo de comer durante los dos años de engorde… sabrán muy parecidos. En cuanto a la terneza, pesar tanto no debe ser bueno para tener carnes tiernas y por ello se hacen necesarias maduraciones excesivas. Quizá sea falta de sensibilidad por mi parte pero no percibo una diferencia tal entre vaca y buey que justifique la diferencia de precio.